martes, 26 de enero de 2010

La España atómica

Y al final estalló el conflicto nuclear. Sí, por supuesto, todos apoyamos la construcción de un cementerio de residuos, es la mejor solución. No, claro que ninguno lo queremos cerca de casa, ni aunque nos compensen. Esta contradicción, comprensible a pie de calle, lastra de entrada cualquier planteamiento colectivo. Pero lo más frustrante es que la hayan asumido los presidentes socialistas de Castilla-La Mancha y de Cataluña, José María Barreda y José Montilla, y la número dos del PP, María Dolores de Cospedal. En vez de facilitar el consenso, hacer pedagogía sobre el interés colectivo o simplemente mantenerse al margen, han intervenido en el debate para obstaculizar la delicada negociación entre Gobierno y municipios.

Las Comunidades Autónomas fueron concebidas por la Constitución de 1978 con el objetivo político de integrar a los nacionalismos periféricos. Sin embargo, los malos usos de tres décadas han pervertido el papel de la descentralización democrática. Nacionalidades y regiones gestionan hoy asuntos tan relevantes para el ciudadano como el urbanismo, la enseñanza y la atención sanitaria. Y al mismo tiempo se convierten en alternativa al Estado que les ha cedido competencias y recursos.

Ni centralista ni federal. España se configura, se percibe, se siente como un átomo. Con un núcleo en el que conviven el gran neutrón monárquico y los protones de la Administración central. Y alrededor, en perpetua tensión, los electrones autonómicos. Los de la órbita exterior, para reforzar la comparación, intentando escapar de la partícula original. Como el lehendakari Ibarretxe, empeñado durante años en socavar el Estado al que debe su propia legitimidad. O como el intento catalán de santificar en el Estatut una relación bilateral y preferente.

No sólo el nacionalismo ha abusado del poder autonómico en su propio beneficio. Desde el retorno socialista a la Moncloa, algunas comunidades gobernadas por el PP, singularmente la de Madrid, han competido a la hora de torpedear proyectos de gobierno. Discutibles, pero legítimos. Evitar la aplicación de las leyes antitabaco, retrasar las ayudas a las personas dependientes, boicotear la entrega de ordenadores a los alumnos o fomentar la objeción de conciencia a una asignatura obligatoria. Todo vale en este festival de deslealtades, al que se suman ahora dos presidentes socialistas. A la cabeza, José Montilla que, como ministro de Industria, convocó el concurso para albergar el almacén de residuos. Sostenía entonces que era una instalación necesaria, con indudables beneficios económicos; ahora no la desea en Cataluña.

Poco después de llegar al poder, Zapatero tuvo la buena idea de convocar una Conferencia de Presidentes. Neutrones, protones y electrones, todos posaron juntos en el retrato de la España actual. Fue una imagen necesaria, pero fracasada. Porque las cumbres no han conseguido, ni siquiera frente a la recesión, superar las discrepancias entre partidos y entre comunidades. Y la foto sale cada vez más movida. Desfigurada por los repartos de poder en el precipicio, por los recelos territoriales, España, como un átomo, agota sus propias energías en el mero propósito de existir.

lunes, 18 de enero de 2010

El trastero

La chica de ayer dormita en el trastero, recostada sobre la estatua del jardín botánico. Perfectamente ordenada, mi colección de cassettes de la movida envejece entre bicicletas infantiles, muebles destartalados y cachivaches en desuso. Envejece, pero en buena compañía. Al lado reposan, en solidario descanso, tebeos de “Roberto Alcázar y Pedrín”, viejos ejemplares de la revista “Nuevo Basket”, algunas novelas juveniles, parte de los apuntes de la carrera de Historia Contemporánea y hasta el proyecto para una tesis inconclusa. Pronto llegarán nuevos vecinos: los programas de Faemino y Cansado y mis partidos preferidos de rugby, grabados en VHS. Yo soy el resultado de todo eso, supongo. Y más que la suma de la partes, quiero imaginar.

Los cambios tecnológicos me fatigan. Sé de sobra que son necesarios, que nos facilitan la existencia, que nos permiten ahorrar espacio. Pero me fatigan. Los nuevos formatos corren paralelos a mi vida, corren tanto que me cuesta alcanzarlos. Y aunque, a diferencia de la tía Luisi, no estoy en contra del progreso, tengo la sensación de que siempre llego tarde, de que en cada relevo pierdo algo que cuidadosamente había guardado. Se puede rebobinar, y seleccionar, y reconvertir, pero este proceso me remite a lo que echo de menos. Tiempo.

¿Síndrome de Diógenes? Un poco. Cuando tenía diez o doce años, empecé a recortar y a pegar en folios las noticias que me interesaban. Al principio de baloncesto, luego de fútbol, y de música, y viñetas, y fotografias impactantes, y reportajes, y análisis de política internacional, y… Seguí haciéndolo durante años. Con 16, una noche de julio, al regreso de un viaje estival a Inglaterra, no pude acostarme hasta haber leído los periódicos del mes que había pasado fuera. Era joven; no quería perderme nada.

Con aquellas cajas de papeles crecía también el disgusto, hoy añejo, de mi madre. “Santi, te recuerdo que tienes que hacer limpieza”. Guiado por algunos artículos inolvidables, aquella afición inofensiva tal vez me condujo al periodismo. El oficio de lo efímero, de contar cada día lo fundamental, eso que sin duda olvidaremos dentro de un par de semanas. Yo, en realidad, aspiraba a escribir inspiradas historias que se releen con gusto. Otro proyecto para este trastero que estoy construyendo en la Red.

Estamos vivos porque creemos que tenemos futuro. Porque tuvimos pasado, y sueños ahora olvidados. En casa conservo ropa de deporte que ya no utilizo. Unas zapatillas casi nuevas, un pantalón raído de chándal, unos polos que sólo me pongo en verano. Y los viejos colores. La camiseta de baloncesto del colegio, la del equipo de fútbol sala de la facultad, un par de polos de rugby. Sudor, barro y golpes. Algún trofeo mutilado. Con estos antecedentes, nadie se ha propuesto nunca regalarme un libro electrónico. Mejor así.

Trabajo, con cierta soltura, entre ordenadores. Pero algunas mañanas me levanto antiguo, analógico, al borde de la extinción. Como mis viejas cintas de vídeo, llamadas a desaparecer por la conspiración planetaria de Internet, las USB y el DVD. No me gusta el cambio. Porque me obliga a mirar atrás. A seleccionar, incómoda ley de vida que se aprende con la edad. Propósito de enmienda. Adelante. Calcularé, prosaico, cuánto pesa una vida en jigas. Guardaré lo imprescindible en la memoria. Y levantaré otra montañita en el trastero, ese recóndito disco duro donde el pasado nunca molesta.

martes, 12 de enero de 2010

Las tentaciones de la carne

La señora Robinson, política puritana y protestante, cometió un pecado imperdonable. Se acostó con un carnicero amigo de su esposo y con un hijo de éste 40 años menor que ella, al que favoreció en la concesión de un negocio. Como le parecía poco, le buscó dinero para financiarlo y se quedó con una parte. Cayó, como tantos otros, en todas las tentaciones. Y sin embargo, y aquí está el pecado, se resistió a la definitiva: retransmitirlo por Internet.

En las sociedades desacralizadas, los deslices de alcoba de los políticos suelen guardarse bajo llave, salvo si los retozos han sido pagados con dinero público. Pero el morbo siempre sale a flote. En 1998 los republicanos estadounidenses intentaron destituir a Bill Clinton tras descubrir su relación con Mónica Lewinsky. No le acusaban del rollete con la becaria, pecadillo venial, sino de haber mentido. Por el camino nos fuimos enterando de los picantes detalles que salpicaban sus encuentros íntimos en el Despacho Oval. Aún así, el prestidigitador Clinton salvó el cargo, el escurridizo Bill salvó -más difícil todavía- el matrimonio y el astuto político usó su habilidad para impulsar a su esposa Hillary a la viajera Secretaría de Estado. La diplomacia puede con todo.

Hace unos meses El País publicó en exclusiva fotografías de las alegres fiestas del primer ministro italiano Silvio Berlusconi en su lujosa villa de Cerdeña. Chicas atractivas, guardaespaldas armados y un mandatario europeo sorprendido en posición desairada. Guión de película porno, petróleo para el chascarrillo. Pese a la circunspecta desaprobación del Vaticano, el debate público se ha limitado por ahora a la factura del transporte y de la seguridad. Aunque tras las revelaciones de una invitada desagradecida, Il Cavaliere negocia el divorcio. Es su problema. Y el de su esposa, no el de sus votantes.

La señora Robinson ha ido más lejos. Porque sus devaneos con la carne y la ocultación del escándalo han acabado arrastrando a la dimisión a su engañado esposo, Peter Robinson. El Ulster pierde a su ministro principal en un delicado momento político. Al traicionar sus principios, al sucumbir a sus inconfesables delirios sesentayochistas, Iris también ha impulsado un imparable paso hacia la normalidad. Después de décadas de guerra política y religiosa, coches bomba, atentados y palizas, represión sangrienta, enfrentamiento civil, procesos de paz, desarme y suspensión de las instituciones, en el Ulster se habla por fin de esos incontenibles deseos cotidianos… La guerra ha terminado, que viva el amor. Querida Iris, queremos verlo en Facebook. Ya.

domingo, 10 de enero de 2010

Entre el cielo y el infierno

"La mía es la más alta", afirmó orgulloso el emir de Dubai. Y, sin desvelar el secreto, levantó hasta los 818 metros la torre Burj. Rendido a su propia apoteosis propagandística, la inauguró con fuegos artificiales que estallaban por debajo de esa silueta sin parangón, visible desde 95 kilómetros de distancia.

Dubai forma parte de los Emirates Árabes Unidos. Está enclavado por tanto en la Península Arábiga, a un millar de kilómetros al Este de los lugares santos del Islam. Pero, imitando a la lejanísima Nueva York, se ha convertido en las últimas décadas en un influyente oasis capitalista regado por la lámpara mágica del petróleo. El último símbolo de su pujanza, la Torre Burj, se inaugura sólo semanas después de que las deudas de Dubai llevaran la zozobra a las bolsas internacionales.

Hace 20 años, el mundo desarrollado descubrió con asombro que el paraíso socialista tenía un aspecto infernal. El planeta económico gira desde entonces en torno a la religión única del capitalismo. Los petrodólares se han instalado, con avances y retrocesos, en el centro del sistema. El acercamiento de Dubai a Wall Street es también estético. Rascacielos acristalados, competiciones deportivas y hoteles de gran lujo. Elefantiasis sobre las movedizas arenas desérticas.

Yemen también se sitúa en la Península Arábiga, pero al Sur de Arabia Saudí. Y de hecho es el más pobre de sus vecinos. Su territorio es más de cien veces mayor que el del abarrotado Dubai; su población, unas diez veces superior. Aquí se acaban las ventajas de un país que, aunque cuenta con reservas de petróleo y gas natural, vive de una economía arcaica con un PIB per cápita decenas de veces inferior al del laberinto de acero y cristal. Productor poco relevante y mal consumidor. Pura periferia.

Esta república reunificada tras el fin de la guerra fría presenta un Estado débil y amenazado por milicias, una sociedad mayoritariamente tribal y escaso desarrollo urbano. Pobreza, aislamiento e ignorancia. La tierra más fértil para los que siembran el terror en nombre de su dios. Allí fue adiestrado y equipado por Al Qaeda el joven y rico nigeriano que intentó volar un avión que aterrizaba en Detroit. Así que el país árabe y la cercana Somalia, con características parecidas, se han convertido en el último campo de batalla contra el terrorismo.

Dubai y Yemen, ambos árabes y musulmanes, cercanos en el mapa, contrarios en su evolución geopolítica, encarnan el debate que divide al Islam. Tocar el cielo del capitalismo o arrastrar al infierno a sus impíos practicantes.