viernes, 30 de abril de 2010

Poetas de altura

“Que la vida iba en serio”, escribió Jaime Gil de Biedma y hasta ahora casi nadie ha podido desmentirlo. Apagada la juventud, sentenció el poeta, se alejan los sueños. La edad y las preocupaciones acaban reduciendo a la cordura incluso a los más disipados habitantes del Primer Mundo. En cuanto a los demás, bastante tienen con sobrevivir y evadirse. Así que a falta de aspiraciones propias, a veces depositamos nuestras esperanzas en once futbolistas que, paradójicamente, ya han resuelto su existencia con los pies.

Para muchos aficionados, para tantos entrenadores, algunos tan reputados como Capello o Mourinho, el fútbol es cuestión de vida o muerte. Embarcados en ese trágico dilema, se ven abocados a ganar o a ganar. Como sea. Por puro sentido práctico, por una cuestión de supervivencia. En su balance sólo caben la victoria o la derrota, propia o incluso ajena. La felicidad descansa en el marcador, en la clasificación, en el número.

Pep Guardiola lo ha ganado todo y sin embargo no ha perdido la sensatez. Hace unos meses, preguntado insistentemente por su renovación para la próxima temporada, aseguró que la primera preocupación de la gente es el paro. El miércoles, su lúdico Barça cayó eliminado de la Champions frente al Inter de Milán. Y muchos aficionados, más que un resultado que no fue injusto, sentimos la decepción de no haber visto a sus jugadores hilar versos por el campo. Ellos no disfrutaron; nosotros, tampoco. Pese a tanto sufrimiento, la Tierra, nuestra gran pelota, no ha dejado de girar.

A la hora del partido, mientras las audiencias millonarias permanecían concentradas frente al televisor, un hombre solo y gravemente enfermo yacía sobre la nieve a 7.600 metros de altitud, cerca de la cima del peligrosísimo Annapurna, en la cordillera del Himalaya. El último intento de rescate, en helicóptero, llegó demasiado tarde. Su cadáver permanecerá enterrado en la montaña.

Tolo Calafat pertenecía a la extraña estirpe de los himalayistas. Montañeros que, de alguna manera, viven jugando… al borde del precipicio. Dos años antes había perecido en la misma cumbre Iñaki Ochoa de Olza. Ambos murieron en circunstancias dramáticas, pero arropados por el calor de todos los compañeros y sherpas que, ajenos a cualquier sentido práctico, a cualquier instinto de supervivencia, arriesgaron hasta el límite sus propias vidas para ayudarles. No, la vida no es un juego, aunque a veces podemos elegir las reglas. “Yo no quiero que mis hijos sean abogados, lo que quiero es que sean felices”, afirmó la la madre de Iñaki Ochoa en el extraordinario reportaje que el periodista José Larraza realizó para “Informe Robinson”.

Precisamente, a finales de febrero, Pep Guardiola proyectó ese vídeo a sus jugadores para motivarles después de una derrota. El jueves por la mañana, la eliminación del Barcelona y la tragedia en el Annapurna compartían portada en algunos periódicos. Se acaba una emocionante Liga, comienza un esperadísimo Mundial. Es necesario recordarlo: el fútbol no es una cuestión de vida o muerte. Bien lo saben los poetas.

viernes, 23 de abril de 2010

Samaranch 2010

Tienen los Mundiales, especialmente los de fútbol, un sentido trascendente, casi trágico. Con la tensión al límite, la victoria desencadena el alivio colectivo, la derrota se tiñe a veces de vergüenza nacional. Nada que ver el espíritu festivo de los Juegos Olímpicos. En una celebración de la plenitud vital, miles de deportistas desfilan mostrando al mundo y a sus mamás el orgullo tan especial que sienten simplemente por estar allí.

Los Juegos comenzaron a atraparme en plena adolescencia, en el verano de 1984, cuando una generación de intrépidos baloncestistas –Corbalán, Epi, Fernando Martín…- se alzó con la plata de Los Ángeles. Las grabaciones de partidos de la NBA eran entonces un tesoro al alcance de unos pocos privilegiados. Y sin embargo, en una calurosa madrugada, pudimos ver a nuestros jugadores compitiendo con las estrellas emergentes, todavía universitarias, del basket profesional estadounidense. Sí, perdimos por paliza, pero admiramos cómo Michael Jordan emprendía el vuelo que le llevaría a reinar en el deporte mundial.

Tambien recuerdo el día en que Barcelona fue elegida sede de los Juegos del 92. Coincidió con la apertura oficial del curso universitario en Valladolid, prácticamente mi primer día de carrera. Años después, la fiesta olímpica me sorprendió ya licenciado, haciendo la mili en Madrid. Por la tarde, fuera del cuartel, la magia del deporte compensaba durante unas horas las jornadas de aburrimiento patrio. El gran subidón de Cobi tuvo lugar aquel sábado en el que la inspiración de Guardiola y Kiko se intercaló en la pantalla con el poderosísimo ataque que otorgó a Fermín Cacho la medalla de oro de los 1500. Entre todos, nos levantaron varias veces del sillón.

Viví los Juegos de Atlanta 96 en la redacción de Deportes de Canal Plus, que retransmitía parte de las competiciones. Mis primeras prácticas remuneradas como periodista no fueron deslumbrantes. Como becario, dedicaba las madrugadas a minutar las imágenes de disciplinas tan atractivas como la lucha grecorromana o el piragüismo de aguas bravas. Por fortuna, de vez en cuando, tocaba algún partido del “Dream Team”. Daba igual, lo importante era estar allí, formar parte de ese ambiente especial que flota en las redacciones. Como los auténticos deportistas, todos celebramos, otra madrugada más, hasta el amanecer, el final de la fiesta olímpica.

Supongo que nuestra memoria deportiva, al igual que nuestra vida, se va tejiendo sobre momentos singulares. Los más recientes, Phelps, Bolt y el arrogante órdago de los chicos de Gasol a la NBA en las lejanas canchas chinas. Perdimos, pero sentimos que merecimos ganar, y ya no nos pareció suficiente estar allí. Ese día nos pusimos serios, algo menos olímpicos, queríamos más gloria.

Vivo desde hace una década en Madrid, y me duelen, por mis hijos, las derrotas sucesivas de su candidatura. “Yo ya no estaré”, predijo Samaranch al pedir el voto, hace unos meses, a los miembros del COI. Murió el miércoles, a los 89 años, después de una vida dedicada con éxito a convertir el deporte olímpico en una exorbitante fiesta planetaria.

viernes, 16 de abril de 2010

Adictos a la inactividad

José Luis está paralizado. Hace dos años no veía indicios de recesión económica, más tarde la negó, y cuando acabó por admitirla, era tan grave que no sabía cómo afrontarla. Mientras las cifras del paro empeoran y la ansiada recuperación se retrasa, el presidente del Gobierno añora aquellos tiempos en los que, con acierto o sin él, marcaba la agenda política. Ahora va a remolque. Nadie sabe hacia dónde.

Desde la ventana, José Luis observa melancólico los jardines de la Moncloa. De vez en cuando sale del despacho, anda y desanda el pasillo, recorriendo la distancia simbólica entre los ajustes presupuestarios exigidos por Bruselas y su propia promesa de respetar los derechos sociales. Así hasta que, cansado, se refugia de nuevo en su escritorio y se sienta a esperar unos consensos todavía lejanos. Su última propuesta, un pacto de Estado para salir de la crisis, encogió hasta convertirse en un conjunto deslavazado de medidas, quizá deseables, pero que no transformarán la estructura económica de nuestro país.

José Luis no se desespera. Estos días aguarda optimista los resultados del diálogo social. Entre propuestas y desmentidos, para cuando surja el acuerdo o se rompa la negociación, muchos países habrán salido de la crisis e impulsarán de rebote nuestra insostenible economía. Con un poco de suerte, no tendrá que tomar decisiones traumáticas antes de las elecciones. ¿Y aquellas reformas tan necesarias? Mejor más adelante…

Mariano permanece inmóvil, petrificado. Hace año y medio se destapó una red corrupta anudada a las principales Comunidades que gobierna su partido. Él se tapó los ojos, prefirió hablar de casos aislados, de jueces tendenciosos, de policías y fiscales con intención política. Hasta que fueron apareciendo cuentas, regalos y confidencias sonrojantes. Mariano, flemático, se ancló entonces en el silencio. Y con gracejo y desparpajo, Esperanza Aguirre, salpicada por el escándalo, ha ido robándole la iniciativa.

Desde el balcón de Génova, Mariano recuerda emocionado la fidelidad de sus votantes y sus indesmayables gritos de ánimo pese a las dos derrotas electorales consecutivas. Fumándose un puro, deambula en círculo por su despacho, intentando decantarse entre unas destituciones que podrían desatar revelaciones comprometedoras o el riesgo incómodo de que la verdad resplandezca, más tarde que pronto, en los tribunales. Por eso no se angustia. Si, a lomos de la recesión, vence en los comicios, la red Gürtel pasará a según plano. Y si pierde, todo dará igual.

José Luis y Mariano, Mariano y José Luis son líderes afortunados. Parecen preocupados, aislados, y sin embargo se regalan consuelo el uno al otro. Los dos desgranan los días atrapados entre el análisis y la parálisis, mientras los ciudadanos, cansados de su inactividad, también empezamos a dudar entre la abstención o el voto en blanco.

viernes, 9 de abril de 2010

El poeta de los pies alados

Messi no tiene discurso. El goleador argentino habla poco y, cuando lo hace, manosea hasta el hartazgo los topicazos del fútbol. “Hicimos un buen partido”, “lo importante es el equipo”, “hay que seguir trabajando”. Ante los micrófonos, el inspirado Lionel se reduce a un jugador vulgar, absolutamente previsible aunque unos minutos antes nos haya maravillado, como el pasado martes, con cuatro goles y media docena de jugadas de ensueño.

Messi no tiene protagonismo. Frente al desmesurado delirio del antaño genial Maradona, el disciplinado Lionel calla. El seleccionador argentino habla y habla, ensombreciendo con torpeza en el banquillo y una verborrea autocomplaciente su antiguo reinado sobre el césped. Argentina sufre porque sufre su selección, plagada de estrellas erráticas. Y la más brillante, el 10 del Barça, el número uno del mundo, baja la cabeza y guarda silencio. Ya se pronunciará en el campo.

Messi no tiene presencia. Pequeño y con flequillo, sobrevive semiescondido entre atletas programados, ídolos engominados e iconos del marketing global. A muchos tíos nos gustaría ser apolíneos y musculados como Cristiano Ronaldo, incluso conocer a fondo las preocupaciones existenciales de Paris Hilton. Pero, en nuestros sueños tribales, preferiríamos compartir la felicidad post-coitum de ese Lionel dichoso que, sentado junto al corner, celebra con una sonrisa pícara su enésima fechoría.

Messi no tiene guión. Da igual. Su talento infantil, protegido por el liderazgo de Guardiola, desborda las costuras de las estrategias defensivas. Por las bandas o por el centro, el lúdico Lionel tiene libertad para romper, disfrutar y contribuir. Regatea y regatea pero nunca agota el balón en sí mismo. Genial y generoso, abre huecos, da pases letales, mejora a su equipo.

Messi no tiene límite. Como buen adicto al juego, no suele perder el tiempo en protestas. Se levanta de las tarascadas, ignora la trifulca y, con cara de pillo, saca la falta a toda velocidad buscando una ventaja decisiva. Siempre está hambriento, no acostumbra a dosificarse, le disgusta que le cambien. Lionel el depredador es un astro que no ha perdido el instinto, que rebaña desde el lugar exacto la pelota perdida.

Messi tiene duende. Baja la cabeza, levanta la vista, traza un endecasílabo diagonal que hechiza la pelota y retuerce los tobillos de los defensas. Y cuando esperamos el último quiebro, clava un contundente estrambote por la escuadra. El mago Lionel no tiene discurso, pero nos deja mudos de asombro, hasta que su golpe final desata una catarata de adjetivos e interjecciones. Y fugazmente sentimos que el mundo, nuestra vida, el fútbol, todo tiene sentido.

jueves, 1 de abril de 2010

El autobús

Luis Roldán salió de la cárcel con gorra y bufanda, como un ciudadano de a pie. Nadie le esperaba. Era temprano y hacia frío. Aun así, el ex director de la Guardia Civil se detuvo unos minutos para declarar a los periodistas que, por supuesto, no sabía nada del dinero que presuntamente robó y que dos décadas después continúa desaparecido.

Acabado el breve interrogatorio, Roldán reanudó la marcha, dejando atrás un pasado de coches oficiales, de formaciones en estado de revista, de comisiones a manos llenas, de pasaportes falsos, culminado con una rocambolesca detención en el sureste asiático. Cuando se descubrieron sus engaños, amenazó con tirar de la manta. Pero debajo sólo había años de prisión y repudio social. El 19 de marzo, reivindicando su cuestionada honradez de pensionista, se subió a un autobús urbano y desapareció hacia el futuro.

Jaume Matas llegó andando al Tribunal de Palma cuatro días después. A las nueve de la
mañana de un templado martes de primavera. La americana y la escolta del responsable de seguridad realzaban la dignidad de cargo público, de gesto inmutable ante los abucheos. Acompañado de su abogado, repitió el recorrido los días siguientes. Pero sus pasos, más apresurados, fueron perdiendo seguridad.

Afincado en Estados Unidos, el ex ministro y ex presidente de la Comunidad balear no quiso rememorar las costosas campañas electorales, ni sus fructíferas relaciones con empresarios e inversores, ni las moquetas de la Moncloa, ni su lujoso palacete, ni su incremento patrimonial, ni su bien remunerado retiro. Tan solo admitió que solía pagar con dinero negro. El juez le impuso tres millones de fianza. Acorralado, Matas intentó tomar un autobús hacia el pasado, desaparecer. Pero el conductor no le permitió subir. No tenía cambio de 500 euros.