lunes, 28 de febrero de 2011

Estar o no estar

He descargado en mi IPad una aplicación para reciclar periodistas. A despecho de crisis y EREs, quizá podamos mantenernos algún tiempo entretenidos en la vida productiva. Todo sea por el Estado del Bienestar y por el buen orden social: quién nos soportaría de prejubilatas hiperactivos, torturando a los compañeros de tai-chi. Pero no parece fácil. Nuestras habilidades son meramente prácticas, de utilidad limitada y, en términos de mercado, apenas generan valor añadido.

 “Lo que no acabamos de ser es lo que somos”. Con esta inspirada paradoja definió hace una década el maestro Bastenier nuestro oficio (“El blanco móvil”, ediciones EL PAIS). “El periodista no es novelista, sociólogo, historiador, escritor, político, economista, etc…”. Sin embargo, según añadía, algo debíamos tener de cada uno de tan ilustres gremios. Con los años, hemos comprobado que lo peor de servir para todo es servir para nada. Así que en la era de Google se impone reformular el algoritmo.

Atentos, cómo no, a Internet. “J. ha escrito en tu muro” , “S. quiere integrarse en tu red profesional”, “H. te sigue en Twitter”. La que he liado. En unas semanas he pasado de ser medio asocial a convertirme en aprendiz de social media. Dividido en tres perfiles, uno y trino, gorjeo torpemente atrapado entre las redes de la modernidad. Me entrego aun a riesgo de naufragar, de colgar el ridiculum vitae en Facebook o de mostrar en Linkedin fotos de mi última fiesta (en la que, por una vez, faltó Paris Hilton). Y luego, por supuesto, los posts de este blog de bajo coste…  



Como le ocurre a Ortega con Gasset, ya soy yo y mis perfiles. Y mis amigos, pacientes, variopintos y a menudo repetidos. “Estás en todas partes”, me saludó el otro día Anneta. Empiezo a entender por qué, en teoría, hacen falta community managers. Yo necesitaría uno para mí solito. Experto en personal branding, antaño “vendemotos”. La vida virtual se ha emancipado de la real y amenaza con someterla. Aunque Freud tendría algo que decir, sostienen los expertos que en el otro lado hay un nicho laboral. Vaya ánimos.    

Por efecto de la globalización, millones de pobres seres analógicos intentamos asaltar cada día las fronteras de las redes sociales. “Alto, ¡el DNI electrónico!. Pues a comisaría…” Con suerte, conseguimos el estatus de refugiados para leer en el ordenador las noticias e incluso los trending topics. (Paris Hilton faltó a la fiesta de Santi). Pero se nos detecta a la legua. Ya no mandamos a los meritorios a la calle para ver qué traen. Más bien, por hacernos los modernos, les pedimos que se den un garbeo por Internet… y quedamos al desnudo. Esa función la traen programada de casa. Aprendamos de ellos, hagamos que nos adopten. “Becari@, ¿quieres ser mi amig@…? Corramos a mi muro...”

Sí, habrá que estar ahí. En primera persona o contratando un negro. Las alertas, las convocatorias, las última horas saltan antes a Twitter que a los diarios digitales. Y quién sabe si las declaraciones sin preguntas serán pronto sustituidas por un videocomunicado en Youtube o una poco sutil campaña en Facebook. Comunicólogos 2.0 o gestores de contenidos, qué más da. El futuro será digital. El periodismo está vivo, se mueve, se transforma, se reinventa. ¿Y los periodistas? Si trabajamos más (y cobramos menos), también disfrutaremos de un porvenir esplendoroso. Si no, apunta mi IPad, al menos podemos ganarnos los garbanzos como cuentacuentos.  


miércoles, 23 de febrero de 2011

Mamá, ¿qué es un golpe de estado?

El lunes 23 de febrero de 1981, a las 18:23, como tantas otras tardes, yo intentaba encestar una pelota de goma en el hueco formado por una esquina y la puerta abierta de mi habitación. “Quieto todo el mundo”, y rebote y canasta. Ensimismado en mis doce años, ningún defensor imaginario, ni aunque midiera dos metros, podía pararme. Finta y salto, las enchufaba todas. “Se sienten, coño”. Disparos. Un grito en el salón, mi padre alborotado, tiempo muerto. “Están locos, están locos…” “Mamá, ¿qué es un golpe de estado?”.

La narración alterada de la radio. Llamadas. Discusión familiar. “Me voy al Ayuntamiento con el alcalde, es mi obligación”. Mi padre, jefe de Prensa entonces
con el socialista Rodríguez Bolaños, apelando al imperativo del deber. Mi madre, obedeciendo a la llamada de la cordura. “No seas insensato, tienes tres hijos”. Mis hermanos, más pequeños, preguntaban sin comprender aquel lío. Vuelta a la habitación para matar el tiempo. Y la pelotita que ya no entraba. Fin del partido.

El miedo a perder la democracia. El miedo a una desgracia familiar. Un rato después, mi abuelo Alejandro, un hombre de derechas –había luchado en el bando franquista- intentaba calmarnos, consolando a mi madre, maldiciendo la iniciativa de mi padre. “Pero, ¿cómo se le ocurre? ¡quién sabe lo que puede pasar!” “Ya sabes cómo es, le ha dado la heroica…” . Una llamada tranquilizadora desde el Ayuntamiento. “No ha venido nadie, estamos bien, se va a solucionar..." Creo recordar que mi padre regresó de madrugada, no sé si antes o después de que se emitiera el mensaje del Rey, pero ya convencido del fracaso de la asonada.

Valladolid, los años de la transición. Pegatinas de Fuerza Nueva entre los mayores, en el colegio de Lourdes. Algún cántico con el brazo alzado. Pintadas en calles céntricas. “Zona nacional, rojos abstenerse”. Ataques a las sedes de los partidos de izquierda y de los sindicatos, amenazas y agresiones a periodistas, incluso a quiosqueros. Una bomba en el archivo municipal. Con sospechosos localizados, nunca detenidos, hasta que desde Madrid se relevó a la cúpula policial. La supuesta hegemonía de la ultraderecha, siempre desmentida en las urnas.

Valladolid, con su memoria local y sus contradicciones históricas. Escenario en 1934 de la fundación de Falange Española y de las JONS. Pero con alcalde socialista, Antonio García-Quintana, en julio de 1936. Una ciudad tradicional, de derechas, durante el franquismo. Pero con un creciente movimiento obrero desde fines de los 60, y ayuntamiento de izquierdas desde las elecciones municipales de 1979.

Valladolid, el 23-F. Cabecera de la VII Región Militar, rumores de listas negras. Guardias dobladas en los cuarteles, dudas en Capitanía. El temor fundado a que el teniente general Campano sacara a los militares a la calle. Contra pronóstico, no llegó a hacerlo.http://www.nortecastilla.es/20110222/local/valladolid/escenarios-valladolid-201102221900.html

Al día siguiente, en el colegio, un compañero mayor comentaba jocosamente el discurso de Juan Carlos I. “Se notaba que tenía los cojones de corbata”. Quién no. El miedo frente al deber. El Rey salvó aquella noche la democracia española, reforzó su legitimidad ante el pueblo y tres décadas después permanece en el trono. Y que dure. (Yo dejé el baloncesto o, mejor dicho, mi esquinita en el banquillo, cuatro años más tarde)

lunes, 21 de febrero de 2011

El ARCO de Noé (y II)


La última vez que visité ARCO, allá por 1996, Damian Hirst era un joven artista y su tiburón conservado en formol que hoy atrae miles de visitantes al Metropolitan Museum de Nueva York nadaba en libertad por la bahía de Queensland. Un primer tiburón intervenido ya lucía sus dentadas fauces desde 1991, pero se había ido deteriorando. Cuando, en 2004, Hirst se enteró de la venta de su obra icónica por 8 millones de dólares, se ofreció a renovar el animal.El reclamo podía considerarse una copia pero la idea, aun usada por segunda vez, seguía siendo original. Mientras tanto el precio se había multiplicado. Operación perfecta, pues.

Desde los años 90, vacas, ovejas y tiburones, más conservantes varios, han servido a Hirst para configurar una metáfora de la mortalidad que le ha convertido en el Midas del arte contemporáneo. Admito que puede haber añadido nuevas perspectivas a la exploración de nuestra angustia existencial. Pero como ilustra la secuela del escualo, y aunque no pueda presumir de no haber maltratado a ningún animal, el británico también ha sido un genio del marketing.


¿Cuánto cuestan otros animalitos?. Según he podido comprobar en ARCO, la cotización descansa inicialmente en el grado de elaboración. La profundidad aflora desde la cartela. “Yo era una mujer en la playa”, se llama este gato de aluminio (Henk Visch, 56.000 euros). No está mal. Sin embargo, hasta en ese punto Hirst resulta imbatible. Bautizó a su tiburón como “la imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo”. Un pelín largo, por ponerle una pega. Y autobiográfico, porque durante algún tiempo él mismo trabajó en una morgue.


Otros, por el contrario, han preferido sondear la humanidad de los animales. Ignoro si por azar o recurriendo a ingeniosas artimañas, un creador italiano sorprendió a esta gallina en actitud de filosófico desconcierto. (Pier Andrea Galtrucco, 6.000 euros; existe también en escultura y cuesta el doble). Este ejemplar ¿único?, ¿captado en un instante irrepetible?, concitaba miradas y codazos. Un recurso comercial.


En una rama cercana, el gallego Manuel Vilariño, Premio Nacional de Fotografía, retrató en los 90 unas inquietantes aves fieramente humanas. Gesto solemne, mirada profunda, a veces estremecedora. Integran su personalísima e intuitiva serie “Bestias involuntarias” (7.000 euros cada imagen). Se parecen tanto a nosotros que dan miedo.


Desde la lejana Rusia, Oleg Kulik ha desarrollado un proyecto similar. Claro que sus “monos muertos” salen más baratos, a razón de 4.000 euros por retrato. El motivo parece evidente: puedo imaginar que los protagonistas no plantearon tantos problemas de movilidad para ser fotografiados.


Pero, cómo son los artistas, en ARCO 2011 también ha habido animales (irracionales) vivos. En concreto, una docena de periquitos confortablemente acomodados en el interior de una jaula creada por Marlon de Azambuja. Su instalación “Nuevo Museo” costaba 15.000 euros “sin los pájaros”, que básicamente servían para atraer visitantes y compradores con sus dulces trinos.


Otra vez el marketing. La sorpresa. Las preguntas desasosegantes. El efecto Hirst. ¿Y si lo importante no fuera el tiburón, ni siquiera el formol, sino el tanque de vidrio? ¿Y si nuestra vida es una cárcel compleja e incomprensible? ¿Y si no sabemos vivir en libertad? ¿Por qué los dictadores árabes se tiñen el pelo de color negro tizón? Aunque la feria ha terminado, no me atrevo a preguntar. Mucho me temo que pudo clausurarse con festiva oferta, suelta o subasta de periquitos. Atónitos, quizá atormentados, pero vivos al fin y al cabo. Peor sería acabar disecados en nombre del arte actual.

viernes, 18 de febrero de 2011

¿Qué es el arte?

¿Qué es el arte? Morirte de frío. En los alrededores de ARCO, el viento gélido despeina las canas, limpia el cerebro y te deja un gesto contrariado, como de galerista sorteando las ausencias del catálogo, como de coleccionista rebuscando en los secretos depósitos de la billetera.

El arte es sublimación. Ignoro por espacio, que no por prejuicio ni ignorancia, las decenas de penes de variado pelaje y condición, los muchísimos pechos femeninos dibujados, retratados o esculpidos en texturas diversas. Es transgresión. Me desvío de la miríada de divinidades ridiculizadas en las más desairadas posturas. Es profundidad. Rodeo la enésima proyección, variación o deconstrucción de formas geométricas.


El arte brota de la vida cotidiana. De la exaltación de lo ordinario: un espejo que se suicida para no mostrarnos nuestra imagen. Un lavabo, quizá un urinario, de cerámica decorado con crochet en hilo de algodón (“Burbujas de amor”, Juana Vasconcelos). Envuelto para regalo.


El arte puede aliviarnos. Idealiza el teléfono, el ordenador y el sudor de la frente, nos invita a escapar de las horas malgastadas y peor retribuidas en la oficina(Stand de EL PAIS, por Los Carpinteros).


El arte nos atormenta. El tiempo, la muerte, la fugacidad. Una instalación (“It´s time”, de Olga Kisseleva y Sylvain Raynal) acelera mi reloj vital al medirme los latidos. “Mantente en calma”, me aconseja. Ya lo creo, estoy haciendo el ridículo. 15.000 euros. Prefiero tomarme la tensión en la farmacia.


El arte contemporáneo es a veces tan contemporáneo que envejece mal. Y regresamos a los clásicos. A Saura. Pero su “Retrato imaginario de Goya III” está ya apalabrado. A Antonio López, cuyo hiperrealismo mágico (“Madrid desde Torres Blancas, 1976-1982”) magnetiza a los visitantes que se inclinan sobre el lienzo. “Mira, mi despacho…” “Pues no se te ve”. Pregunto precio. “No está en venta”. Ahora que me había animado…




El arte nos sacude, nos interroga, nos tortura. Convierte nuestra existencia en martirio. También adormece, tranquiliza, narcotiza. Beatifica, santifica, deifica a los reyes, aunque apenas lo sean del pop. (“The Beatification”, David La Chapelle)

El arte es oportunidad. La comitiva oficial. El Príncipe, doña Letizia (“qué delgada está”, “parece simpática”), el alcalde, la ministra. Acompañantes, guardaespaldas, curiosos. El arte es regreso. Un día, Ella y yo trabajamos juntos. Ahora Ella es princesa, yo estoy en paro. El arte es intención. Saco mi cámara compacta de turista despistado, enfoco, disparo, mierda, las pilas agonizantes no han encendido el flash. El arte es decepción, desconcierto, sorpresa. El arte es trampa. Ingenio. Supervivencia. “Luces y sombras, princesa en penumbra” (Santiago Saiz, colección privada).

martes, 15 de febrero de 2011

Ruby tenía un precio

El día que cumplí 18 años acabé con cuatro amigos en un local de topless. Regresábamos a casa, animadillos y casi sin dinero, cuando tras una puerta entreabierta atisbamos unas oscuras escaleras que descendían hacia placeres prohibidos. Bajamos entre risitas. Pero, oh sorpresa, las chicas no estaban en tetas, sino envueltas con una especie de gasa. Demasiado tarde; nosotros, cutres y paletos, ya habíamos caído en la trampa. “¿Qué desean?” “¿Cuánto cuesta la Coca-cola?” “Seiscientas pesetas” “Queremos dos”. “Mil doscientas”.”Pago yo, que ya soy mayor de edad”. Mayor, pero igual de pardillo que el día anterior. El chupito de refresco y la tapita de pecho me resultaron bastante caros (para 1986) aunque, bien pensado, tuve suerte. Si llegan a llevarlas al aire…

Un par de veces más, en sendas despedidas de soltero, he acudido a espectáculos musicales que, pese al escaparate de carne, poco tendrán que ver con los innegables valores artísticos del Folie Bergere o del Tropicana. El bunga-bunga de bajo coste que empezaba mezclando copas, risas y chicas fáciles dejaba el regusto de un extraño (y siempre caro) cubata de alcohol barato, explotación y sordidez.

Nunca criticaría en público los vicios de Berlusconi si en realidad fueran privados. El problema es que en torno a su mansión en Cerdeña y a su villa en Milán, al calor de fiestas, refrotes y carne subastada, con posible uso de fondos públicos, ha ido medrando una corte de velinas y proxenetas que ha encontrado en las pulsiones sexuales del primer ministro italiano una autopista de acceso directo al poder.

"Il Cavaliere", desinteresado mecenas de tantas y tan bellas aspirantes al famoseo, no va a ser juzgado porque le gusten las jovencitas, tampoco por su afición al sexo de pago. Sus presuntos delitos son de índole pública. Tendrá que explicarse por corromper a la marroquí “Ruby Robacorazones” cuando era menor de edad y por intentar coaccionar a su propia policía reclamando la libertad de la chica una noche que fue detenida. Dijo para protegerla que era sobrina de Mubarak. Entonces mintió; hoy tampoco sería el mejor aval.

Desde que llegó al poder cabalgando sobre el populismo, Berlusconi ha gastado tanta fuerza en regatear a la Justicia como en gobernar. Acorralado por las sospechas de corrupción, ha recurrido a mil artimañas para retrasar o evitar juicios, ha prostituido la política al empeñarse en aprobar leyes que le otorgaran inmunidad e impunidad, ha enfangado la sociedad proyectando una imagen lamentable de las mujeres italianas. Papi, como le llamaban sus protegidas, creía tenerlo todo bajo control; todo, menos lo que no ha podido controlar: sus delirios sexuales.

Empresario millonario, magnate de la comunicación, presidente del Milan, aparente esclavo de su bragueta, exhibicionista hasta el final. Hace unas semanas, Ruby le exculpó y elogió durante una entrevista en uno de sus canales de televisión. Unos días antes, la investigación de la fiscalía había revelado las presiones a la chica para que guardara silencio. “Te daré el dinero que quieras”, le prometió el primer ministro, seguro de que todo puede comprarse. Ruby, parece que por segunda vez, tenía un precio. Berlusconi puede pagarlo ahora en los tribunales.

sábado, 12 de febrero de 2011

Revoluciones virtuales en tiempo real

Y Mubarak, qué ingrato es el pueblo, se fue al paro. Era cuestión de días. Todavía el jueves el presidente egipcio intentó evitar la dimisión cediendo parte de sus poderes, en un gesto que buscaba contraponer la aparente estabilidad con el miedo al vacío. En su último discurso al país llegó a decir que comprendía a los jóvenes como si fueran hijos suyos; ellos le respondieron con el zapato en la mano, exhibiendo en los labios una rabia incontenible, unos nada disimulados deseos de matar al padre.

Las protestas en Irán contra el presunto fraude en la reelección de Ahmadineyad, la revolución de los jazmines en Túnez, la caída de Mubarak. Malestar creciente en Yemen, Jordania y Argelia. La frustración que se agita contra las dinastías gerontocráticas del mundo árabe, con el Ejército como árbitro. Obama, que tendió la mano al Islam, teme descubrir que la democratización acabe abriendo paso al islamismo. Sobre la mesa, la carpeta eternamente abierta del conflicto entre israelíes y palestinos. Dinamita política con temporizador.

Adiós, rais. Treinta años de dictadura derribados en apenas 18 días de protestas pacíficas. El desenlace indica que el control se había agrietado hace tiempo. Los deseos de libertades reales fueron filtrándose en la sociedad digital hasta desafiar al poder establecido. Como ayer ocurrió con las parabólicas, hoy las redes sociales y los blogs se han convertido en instrumento de movilización. Las causas son más profundas: pobreza, desigualdad y corrupción. Pero han encontrado su oportunidad, su detonante en Internet.

La Web 2.0, con sus relaciones multidireccionales, parece haberse configurado como un sustitutivo de la inexistente sociedad civil. La facilidad del acceso y la difusión sin fronteras potencian su faceta horizontal, minando las pirámides de poder. La vida virtual también se había convertido en un refugio de ocio, en antídoto contra el hastío cotidiano. Hasta que hartos de pedir pan, los espectadores del circo han asaltado las despensas de palacio.

Así despertó Egipto, la revolución en directo. Retransmitida en sesión continua por los nuevos medios y por los tradicionales. Protagonizada por ciudadanos, contada por periodistas (y hasta torpemente tuiteada por cantantes). No olvidaremos la Plaza Tahrir, un espacio conquistado para la geografía simbólica de la libertad. Un microcosmos de cánticos, rezos, enfrentamientos, abucheos y celebraciones.

La fiesta en El Cairo. Otro dictador que se evapora por las alcantarillas de la Historia. La caída de Milosevic me sorprendió librando. La revuelta tunecina, hace un mes, en una época de cansancio y desconcierto profesional. Ya como simple espectador, el derrocamiento de Mubarak me ha reconciliado con el periodismo. La tensión de Rosa Molló, la agudeza analítica de Enric González, el pulso sin descanso de Al Yazeera. Sí, sentado en el sofá, este viernes he echado de menos el latido de una redacción. Luego he soñado despierto. ¿Marruecos, Cuba, China…? Habrá más revoluciones, las veremos, puede incluso que podamos contarlas. Y nos harán, seguro, aún más felices.

martes, 8 de febrero de 2011

Un pasado sangriento

Un cadáver mal cubierto sobre el asfalto, carne y hierros, viviendas convertidas en escombros, la rabia contenida de las víctimas, ese silencio pegajoso que rodea a los ataúdes. Un atentado es devastación, también devastación interior. Aunque lejos de la sangre, en la redacción central, los informadores nos apliquemos a contarlo con extraña frialdad, intentando descubrir la exactitud de los detalles entre las palabras calientes. Es nuestro deber: describir el horror sin derrumbarnos.

El 14 de diciembre de 2000, una bomba lapa acabó con la vida de Francisco Cano, un fontanero andaluz asentado en Cataluña que había cometido el delito de ser concejal del PP. Le mataron, como a otros, por la sacrosanta libertad de Euskadi. Ese día, de vuelta a casa, me eché a llorar al ver la noticia como espectador, desprovisto ya de las gafas protectoras del periodista. Siete meses después, un sábado nefasto, en uno de primeros fines de semana como editor de informativos, ETA asesinó a dos personas. A un concejal de UPN, José Javier Múgica, por la mañana; a un mando de la Ertzaintza, Mikel Uribe, por la tarde. Luto sobre luto.

Durante un tiempo, pasada la indignación, cada atentado resucitaba la tentación ciudadana del desistimiento. “Que les den lo que quieran y nos dejen en paz…” En aquellas jornadas neblinosas de plomo, el estruendo de las bombas encontraba todavía un eco amplificador en gélidos mensajeros que usaban sus cargos públicos para justificar “el conflicto vasco”, para hablar de un supuesto pueblo oprimido, para pontificar sobre unos derechos humanos defendidos por el infalible método del tiro en la nuca.

Hoy la situación ha cambiado. Y lo ha hecho gracias, entre otros, a algunos de nuestros más denostados políticos. La Ley de Partidos que impulsó Aznar, el Pacto Antiterrorista que secundó el PSOE, supusieron el primer paso para dejar a ETA sin cobertura política en las instituciones. La estrategia democrática fue avanzando en más frentes: el cerco en suelo francés, la ofensiva judicial contra todo el entramado terrorista, el reconocimiento explícito a las víctimas.

También acertó Zapatero. Supo interpretar dos nuevos factores: la deslegitimación internacional del terrorismo después del 11-S y la lealtad del nuevo PNV encabezado entonces por Josu Jon Imaz. Su negociación acabó enterrada en la T-4, pero sembró en el entorno etarra la sensación de que la violencia estaba condenada a la derrota. Con el diálogo roto, el presidente del gobierno cerró el circulo al redoblar eficazmente la presión policial.

Con altibajos y discrepancias, todos estos elementos han invertido los términos: mientras la banda criminal declara otra tregua y algunos de sus presos renuncian a la violencia, sus antaño obedientes acólitos tratan de gestionar una salida a la irlandesa, enarbolando la bandera blanca de la política con la vista en el calendario electoral.

Hace años que los tribunales establecieron que “el entorno de ETA es ETA”; hoy, la autodenominada izquierda abertzale no quiere ser “entorno de ETA”.Bienvenidos a la democracia de verdad, la única posible. Pero después de un siniestro pasado aplaudiendo asesinatos, los conversos a la palabra comprenderán que el Estado democrático se tome un tiempo para comprobar si esta vez sus intenciones son sinceras.

viernes, 4 de febrero de 2011

Parado, que no quieto

"Me comprometo a buscar activamente empleo...". Prometido. Firmo, solicito la prestación. El trámite ha sido más rápido de lo esperado. Traje libro y ordenador para aprovechar las previsibles horas de espera y en apenas cuarenta minutos, gracias a una mano amiga, he acabado. Tres preguntas y un par de impresos de casuística disuasoria. Ya estoy contratado. ¿Creéis en el inalienable derecho al trabajo, en la inagotable empresa pública del INEM, en la sostenibilidad del Estado del Bienestar? Sí, creemos. Pues no abuséis, pecadores.

En el área de renovaciones el ambiente se torna hostil. Parados con trienios, bufidos de aburrimiento resabiado, no hay asiento para todos. Un funcionario reparte certificados a voces. Sabor a servicio militar. El hastío de los veteranos. Aquí no hay full montys, si acaso Ken Loach, ni siquiera es lunes y las sombras del olvido laboral ocultan el Sol.

Antes de salir repaso los programas de reorientación profesional. Mecánicos frigoristas, criadores de caballos, gestores de cobro de deudas (¿con o sin artes marciales?). ¿Y para periodistas? Paciencia y reciclaje. Mis hijos ya me han hecho llegar sus primeras propuestas y protestas. "¡Papá, qué morro, no tienes que trabajar!". Candela quiere que sea médico (para no ir al suyo) o cantante. Santiago, teatrero, trata de convertirme en entrenador de fútbol -tiembla, Mourinho- o, mejor aún, en humorista "como Leo Harlem". Qué graciosos.

Me acerco a la biblioteca pública. Aquí también hay cursos, si no para ocuparse, sí para mantenerse ocupado sin preocuparse. Tertulias filosóficas, tai-chi y encaje de bolillos. Cáspita, marquetería. Retorno, espantado, a las manualidades escolares, imagino mis muñoncitos sangrando, calculo la pensión por minusvalía. Mejor sigo buscando. ¿Y la cocina? Bien, gracias; yo soy más de pinchos. Al fin una materia atractiva: "tardes de opereta". Tendré que averiguar en qué consisten.

En la sala de lectura, una conspiración de prejubilados ha acaparado los periódicos. Al cabo de un rato, sólo he podido consultar los diarios económicos. Conquisto un rincón, entre universitarios y opositores, en las abarrotadas mesas de estudio. Repaso el tablón de anuncios, rejuvenezco. La crisis ha llegado a los aseos. "Por razones de abastecimiento, no disponemos de papel". Y aunque he visto ordenadores, nadie aclara si es posible limpiarse online.

Paseo por "la Prosperidad", antiguo barrio obrero donde las bajas rentas cohabitan con los apartamentos de la burbuja. Señoras-de-toda-la-vida y españoles de nuevo cuño. Un restaurante grasiento, repuestos del automóvil, un locutorio sin más vistas que Internet. Jaque a Mubarak. Otro que se irá al paro. Aunque a él ya le está buscando curro el mismísimo Obama.