miércoles, 31 de agosto de 2011

Agostupefacto (y IV): Expediente F

Hace ya 30 años que llegué al pueblo. El abuelo Alejandro, que acababa de jubilarse como médico en La Vid de Aranda (Burgos), compró una casa para descansar durante los fines de semana y las vacaciones. Nos mudamos a principios de septiembre. “Si ya se han ido los veraneantes…” Los mayores fueron presentándose a los vecinos, los pequeños comenzamos a explorar pasadizos y callejuelas. Y entonces descubrimos que quizá no éramos los únicos forasteros aparecidos en 1981 por aquellos pagos. Fuentecén, provincia de Burgos, Ribera del Duero, en el triángulo mágico del lechazo (Peñafiel- Roa- Aranda). ¿Extraños visitantes?


El objeto volador y el robot rectangular avistados el 13 de febrero de 1981 por Luis Domínguez, el “Fontanero”, cuando regresaba a casa de madrugada tras cerrar el bar que regentaba alcanzaron cierta resonancia. “Mi padre nos despertó y vimos las luces”, rememora su hijo José. A la localidad acudieron periodistas del diario “Pueblo”. Los asuntos extraterrestres no eran extraños en sus titulares. ¿Y en Fuentecén? “Se habían visto luces más veces a finales de los 70, en la zona del páramo, más allá del pinar”, cuenta Carlos frente a un refresco,  como si fuera lo más normal del mundo.

Pero, a diferencia de otras apariciones, este supuesto OVNI siguió triunfando con el paso de los años. Fue recogido en el libro “La quinta columna” (1990) de J.J. Benítez (sitio oficialentrada en la Wikipedia) y  analizado –con dramatización incluida, como hemos visto- hace año y medio en “Cuarto Milenio”, el programa de Iker Jiménez. Tampoco han faltado escépticos que apuntaran a montajes publicitarios, prototipos de aeronaves militares o a la fiabilidad del testigo, ya fallecido. Hay unanimidad, sin embargo, sobre la existencia de tres zonas quemadas en la era.  “No sé si hubo OVNI o no, pero yo vi las manchas”, aseguran los chavales de entonces. ¿Eran huellas de las patas del misterioso platillo volante?

jueves, 18 de agosto de 2011

Agostupefacto (III): Un día de iPlaya

Cuando en la playa hace frío, me sumerjo en el iPad. Disfruto de sus aguas llenas de dedos hasta que la nube, inoportuna, cubre todo el cielo. De repente descarga, y quedamos sepultados bajo informes de viabilidad económica, instrucciones sobre tortura en cárceles clandestinas, proyectos febriles para futuros febreros bisiestos. Diluvian datos y corruptelas, las turbias conspiraciones que se filtran a nuestra atmósfera desde el  planeta Wikileaks. Un sol con corriente alterna me devuelve a la arena. Mientras cierro los ojos, ausente de mí mismo, ahí dentro siguen ardiendo los rescoldos del incendio de Londres. Qué inquietante: por la orilla también he visto corriendo a jóvenes con sudadera (aunque no llevaban televisores bajo el brazo).

Desmemoriado, me aferro a mi pantalla multiusos. Cómo extender la toalla, la guía de pliegues vulnerables al sol, cuidado con las medusas. Braceo contracorriente hacia las olas e, incorporado sobre la tableta, surfeo a lomos de la actualidad. Equilibrio presupuestario o muerte, terremoto en los mercados, riesgo de tsunami. Aterrado por un torrente de cifras indescifrables, por aquel político de guardia con derecho a frase ingeniosa, por tantas hazañas mundanas representadas en pareo y chanclas, dimito un rato de la vida inteligente. Escondo la cabeza bajo la camiseta y pongo a secar el iPad sobre el periódico de hoy, que incomprensiblemente usé ayer para envolver el bocadillo. El soporte no importa. Comeré lo de dentro.

domingo, 7 de agosto de 2011

Agostupefacto (II): Adiós, amigo Gurbie

En 1991 el escritor Eduardo Mendoza publicó, primero en “El País” y luego en la editorial Seix-Barral, “Sin noticias de Gurb”. Utilizando como excusa las desventuras de un extraterrestre extraviado, su ingenioso relato describía de forma hilarante la Cataluña y la España preolímpicas. Este post no es una imitación –imposible, por otro lado-, sino el homenaje de un lector con el confesable deseo de que, 20 años después, ilumine con su originalísima ironía la sociedad actual.


El hijo de Gurb se las pira. Retorna a su planeta. Una pena. Comparte piso conmigo en Lavapiés, Madrid, y está perfectamente integrado: tampoco tiene papeles. Podía haberlos conseguido, es de madre española, pero su afición a engullir gorras le aconsejó evitar las comisarías. Hace un mes, disfrazado de ancianita, se empeñó en ir a urgencias debido a un incómodo atasco intestinal. “Al menos estará usted empadronado”. “No, pero me han dicho que la Sanidad es universal”. “Espere que reviso el convenio, ¿dentro o fuera de la Vía Láctea?”. Le atendieron como si fuera alemán. O, qué lamentable confusión, turcochipriota. El desenlace, que podría definir como multimedia, se produjo en la sala de espera. Omito los detalles; avanzo a las consecuencias. Una enfermera precisó atención psicológica. El muy fetichista le robó la cofia antes de esfumarse. “Esto con el copago no pasaría”, farfulló un concejal de Hacienda que agonizaba con el presupuesto estrangulado.

Mi extraterrestre favorito –hay otros, “políticos” los llaman- está harto. Indignado como un egpañol de treg generacioneg. Teme que los mercados le ajusten, recorten o tal vez nacionalicen y malvendan. El miedo, el asedio al diferente. Su padre le trajo para que aprendiera y practicara la elegancia de nuestro idioma pero, abducido por el espíritu Erasmus, prefirió aplicarse a otras artes más sudorosas. Cortejó con una legión de japoneses a las Majas y a las Meninas (a unas más que a otras), ligoteó sin fortuna con una pariente lejana de doña Manolita, frecuentó las selectas tertulias filosóficas que diseccionan y divulgan a la hora del té lo que viene siendo el pensamiento intelectual de Belén Esteban. En primavera se arrimó al 15M y, sobre todo, a los agentes que suelen rodear a los acampados. Tantas gorras juntas, algún suculento casco. Hasta que en una fiesta infantil, después de zamparse entre coreados eructos –qué majos los peques- y no expulsar dos sables, tres gatos de peluche y un globo lleno de agua, conoció a su Hello Kitty.

lunes, 1 de agosto de 2011

Agostupefacto (I): Todo esputa realidad

Antonio López. Ventana por la tarde (1974-82)
Un armario desvencijado y protestón, el polvo entrevisto al trasluz. Abro totalmente la ventana. Los últimos ocupantes tuvieron la delicadeza de llevarse los relojes; los del piso contiguo me regalan su orgasmo a esta hora desconcertada. Que saluden, que saluden. Mi primera cama en Madrid. A treinta cuatro kilómetros, exactamente. Entonces la compartía, hoy me tumbo calzado. El vacío. Horas insomnes entre el aroma difuminado de otras almas sudorosas. Ni rastro de los viejos sueños. Todo esputa realidad.

Lo llamamos pasado y, como al descuido, procuramos olvidarlo. Hasta que un domingo se pega al pellejo y nos recuerda que allí vivimos una temporadita que siempre se nos antojará corta. Gotean, sin tregua, las preguntas. ¿Estoy aquí o sólo han venido mis ojos? ¿Dónde dejé encerrada la conciencia? ¿Y si me he muerto? Nada tan sórdido como esta soledad. Deshago tiempo, tratando de dormitar otro rato. En vano. Malhumorado, limpio por encima las miserias ajenas, maldigo las propias, cuelgo un cartel desabrido: “Se alquila”. ¿Alguien no?