lunes, 1 de agosto de 2011

Agostupefacto (I): Todo esputa realidad

Antonio López. Ventana por la tarde (1974-82)
Un armario desvencijado y protestón, el polvo entrevisto al trasluz. Abro totalmente la ventana. Los últimos ocupantes tuvieron la delicadeza de llevarse los relojes; los del piso contiguo me regalan su orgasmo a esta hora desconcertada. Que saluden, que saluden. Mi primera cama en Madrid. A treinta cuatro kilómetros, exactamente. Entonces la compartía, hoy me tumbo calzado. El vacío. Horas insomnes entre el aroma difuminado de otras almas sudorosas. Ni rastro de los viejos sueños. Todo esputa realidad.

Lo llamamos pasado y, como al descuido, procuramos olvidarlo. Hasta que un domingo se pega al pellejo y nos recuerda que allí vivimos una temporadita que siempre se nos antojará corta. Gotean, sin tregua, las preguntas. ¿Estoy aquí o sólo han venido mis ojos? ¿Dónde dejé encerrada la conciencia? ¿Y si me he muerto? Nada tan sórdido como esta soledad. Deshago tiempo, tratando de dormitar otro rato. En vano. Malhumorado, limpio por encima las miserias ajenas, maldigo las propias, cuelgo un cartel desabrido: “Se alquila”. ¿Alguien no?  

Conduzco acelerado por la contundencia obrera de Springsteen, deprimido por los susurros de Cohen. Rencor contra los profetas triunfantes. Descampados que se alternan con bloques dictatoriales  de dormitorios desiertos. “Se vende”. Con o sin bicho. “Se vende”. Preferiblemente en negro. “Se vende”. Intermediarios abstenerse. Un país en rebajas. Es agosto, amanecer de lunes, aún no hay atasco.  Sorteo los edificios acristalados. Aparco en el segundo infierno, rozando una columna salpicada de orines. Cuatro horas hasta el siguiente piso. Un ático cercano a la Gran Vía. Inaccesible.

Antonio López. Gran Vía (1974-81)
A las seis y media de la madrugada nunca se pone el sol. Tres borrachos errabundos canturrean cuesta abajo su sobredosis de huida mientras los coches satisfechos aceleran para engañar el semáforo. Un pintor contempla en un catálogo el escaparate urbano, fantasmagórico y desierto que retrató hace años su mano puntillosa. Le observo un rato, hasta que noto su incomodidad.         

El mostrador es grasiento, las butacas están ancladas al suelo. Concurso de ojeras, quedaré segundo, nunca gané nada. Un café cargado de silencio. El televisor a todo volumen, sintonía de un amanecer de fluorescentes y malas noticias. Repaso los anuncios por palabras. Otra propiedad a nombre del jefe. Pronto haré la visita ritual: guantes, bolsa de basura, el hatillo de sábanas sucias. Como un detective de sentimientos extraviados, apuntaré lo que hace falta. Siempre pongo flores de plástico. Vuelvo al periódico arrugado. Relax. Delirios de grandeza. Ese ático soleado. Marco un número, me arrepiento. Todavía no he tocado fondo.
 
Gran Vía, 1 de agosto, 13 45 h. (2010-11)

Una mañana de aire fresco, de autobuses casi vacíos. Me sumo, curioso, a la fila formada en la puerta del museo Thyssen. Antonio López. Cuchicheos en procesión.  “Parece una foto”. Los interiores del artista me devuelven a ese piso del extrarradio que todavía me amarga. Huyendo del desasosiego, recorro alucinado la Gran Vía imaginada por el talento metódico del pintor. El presente, al detalle. Trazos difusos que dibujan la lejanía. Uno de agosto. La Gran Vía. A las seis de la madrugada, a las dos menos cuarto, a las ocho de la tarde. Siempre ahí, autosuficiente, proclamando nuestra irrelevancia.

En otra sala aparecen, como si se hubieran escapado de la calle, las personas que echaba de menos. Desnudas, huérfanas de cualquier escenario. Un hombre tumbado, su  mirada tan extraviada como la mía. Una pareja en la edad madura, de irrebatible dignidad. Grasa en el abdomen, arrugas, la serenidad forjada por incontables naufragios. El futuro puede ser esto. La memoria, dolorosa pero necesaria. El olvido o la vida.      
  
Antonio López. Hombre y mujer (1968-94)
La exposición retrospectiva dedicada a Antonio López en el Museo Thyssen de Madrid permanecerá abierta hasta el 25 de septiembre. Del hiperrealismo del pintor emerge, misteriosa, la poesía.  

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