lunes, 4 de febrero de 2013

Abecedario de la desolación: S

Spaña, Suiza

Una vez pasé por Suiza y me pareció civilizada.  Empezaban los 90 y en nuestra gritona España un veterano nuevo rico, Jesús Gil, presentaba un programa en Telecinco dentro de un jacuzzi. Sus efluvios populistas, adornados por una escolta de curvas recauchutadas, acabaron salpicando y empapando el buen gusto nacional, si es que eso alguna vez existió. Frente a tan obscena exhibición semanal de billetes y poderío, las cámaras acorazadas y las cuentas sin titular conocido. Suiza era elegante, Suiza era discreta, Suiza era Europa aunque nunca ejerciera, aunque siempre haya optado por abstenerse.

Toca mojarse, regresemos al jacuzzi. ¿Por qué tanta gente votaba a Gil pese a la obvia evidencia de  que sus virtudes se limitaban a la cartera? Por la sencillez de su mensaje: cualquiera puede ser rico, cualquiera puede ser político, cualquiera puede ser rico y político al mismo tiempo.  Como era de esperar, el alcalde de Marbella usó el cargo público para engordar sus negocios, fue condenado, regresó a la cárcel –ya había estado en el franquismo- y murió apestado. Para el pueblo llano, por sus delitos; en el fondo, era como todos. Para los políticos corruptos, por evidente, por ‘ostentóreo’; siempre mejor Suiza.

Han pasado los años y nuestro país se ha convertido en Spaña, el mejor lugar para disfrutar de la vida, cómo nos gusta repetirlo, pero un entorno cada vez más hostil para ganársela con sfuerzo. Hace una década llegamos a convencernos de que íbamos a ser ricos sólo porque habíamos comprado una casa aparente con dinero prestado. Stupendo, de verdad. El acceso al bienestar es un avance social. Pero aceptamos financiarlo a plazos y ahora se nos caen las letras. Las grúas parecen crucificadas, los edificios se han quedado en radiografía y de pujar por la compra sobre plano hemos pasado a reclamar la dación en pago.

Nuestra Spaña se asemejaba a una burbuja chispeante y no era más que un inmenso agujero negro. Un profundo socavón contable que ha engullido miles, millones de billetes en realidad imaginarios. Ayer náufragos, hoy supervivientes, ya no soñamos con la playa para tumbarnos al sol sino para hacer pie y sentir que por fin hemos tocado fondo. Aceptémoslo. La mayoría nunca seremos ricos. Pero en el centro de esta ciclogénesis explosiva  podemos comenzar a ser ciudadanos. A desenmascarar a Bárcenas, Amy Martins, Pallerols, Urdangarines, a todos los mangantes y comisionistas que medran gracias al dinero y los favores públicos. A pasar factura política a los líderes que miran para otro lado, que nunca se manchan las manos y jamás se han mojado el culo por la limpieza. A aprender de una vez que la civilizada Suiza no es tanto un idílico paraíso fiscal como el inicio de nuestro camino hacia el purgatorio ético, hacia los infiernos económicos.    

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