martes, 19 de noviembre de 2013

La búsqueda

´Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene nada ya que darte’
(Ítaca, Cavafis)

Regreso a Lisboa seducido por los recuerdos, ansioso de silencio, a la búsqueda de una efímera libertad sin rutinas ni relojes. Quince años después, encuentro la ciudad reconocible y celebro con alivio que no me haya traicionado. ¿Qué vemos, qué somos? Los verdaderos viajes conducen, casi siempre cuesta arriba, a la introspección. Nos convierten en descubridores de un pasado que no comprendimos, en intérpretes de un destino que probablemente no podremos construir.

A la vuelta de un lustro que amenaza ruina, Lisboa se despereza con un aire de naufragio zurcido en los caserones abandonados. Locales vacíos,  resignación y remiendos, el río que asoma a la vuelta de una esquina. Invitación a la huida. ‘Yo te conozco, tienes menos pelo y más blanco’, me saluda el propietario de un local de jazz que solía frecuentar en el Barrio Alto. Conversamos brevemente sobre la burbuja ibérica. ‘Todo era mentira’. ¿Y el futuro? ‘Llevo 22 años aquí y las cosas siempre han ido a peor’. Cerrado por realismo.

Camino dejando que cualquier sorpresa proponga un cambio de rumbo. Intento descifrar el alma de la ciudad, sentir su latido, escrutarla desde todos los puntos de vista. Sobrevuelo las calles en cuadrícula desde lo alto del arco de la Plaza del Comercio, remonto laberintos empedrados para trepar a los miradores, navego por el río, me distraigo en la orilla. Apresuro la marcha entre grúas, contenedores y naves fantasmagóricas. Viajar es perderse y, con fortuna, vagar sin prisa hasta encontrarse.  

En el célebre ‘Martinho de Arcada’ imagino un particular homenaje a los heterónimos de Pessoa posando todos los días entre las dos imágenes suyas que decoran los azulejos. Ser tantos sin dejar de ser el mismo, siempre a la misma hora, siempre en el mismo sitio.¿Cuántos lo habrán hecho antes, cuántos habremos pensado en la fugacidad al fotografiar un tranvía amarillo? Visito mi antigua casa. Me reconozco vagamente en el viento que azotaba la terraza.   

También la luz ha ido cambiando de hora en hora. Azulada en la mañana con sol, blanquecina al reflejarse en el Tajo, gris cuando queda envuelta por las nubes. Todas iluminan la misma ciudad, cada una la transforma. Todas se desvanecen cuando intento retratarlas; ¿acaso podemos detener el tiempo? Disfruto desde el mirador de Santa Catarina de un deslumbrante atardecer, rabioso y rojizo, por encima de los tejados, sobre el puente ‘25 de abril’, ese testimonio insomne de sueños rotos y claveles marchitos. Cae la noche, echo a andar, siempre de paso.

‘No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá.
Vagarás por las mismas calles.
Y en los mismos barrios te harás viejo;
y entre las mismas paredes irás encaneciendo.

(La ciudad, Cavafis)