domingo, 31 de julio de 2016

Ficcionario agostupefacto: Algorismo

Cuando uno teclea (al descuido, como sin querer) algorismo en Google, el gran sabelotodo le devuelve 18.100 resultados en 0’36 segundos y una enmienda a la totalidad: “quizá quisiste decir algoritmo”.  Así actúa el oráculo de estos tiempos: te trata de tú y resulta en apariencia tolerante pero sutilmente coercitivo. Si, como asegura la RAE, el algoritmo es “un conjunto ordenado y finito de operaciones que permite encontrar una solución a cualquier problema”, su hermano absolutista, el algorismo, preconiza que sólo él puede hallar la mejor solución a todos los problemas. Amén.

El Credo Supremo se predica de forma imparable por las pantallas. Puede utilizarse para asignar pareja, para elegir al mejor jugador de un partido siempre que no sea Iniesta o para predecir, aunque sea a posteriori, un atentado terrorista. En su vertiente más amable, nos abduce y nos seduce con la dulce tiranía de ofrecernos lo- que- en- verdad- nos- interesa. Y eso acojona. 

El algorismo es por definición cuantitativo. Como las religiones a las que va sustituyendo, identifica la reiteración con el éxito y tiende a ocultar, por disolvente, cualquier pensamiento cítrico. En estos días descreídos, a veces sospecho -ya comprenderán- que la Creación descansa sobre un incomprensible algoritmo divino. Porque el auténtico mérito no consiste en subir a la nube el Universo y sus criaturas en siete días; el poderío reside en desentenderse de todo hasta la eternidad, abriendo un desierto a la duda. ¿Se trata de un ataque de pereza, de una secuencia interrumpida o nos hallamos más bien en el penúltimo y prolongado estadio anterior a la venidera hegemonía algorítmica al final de todos los tiempos?  

¿Acabará ese día el algorismo devorando, como el Saturno de Goya, a sus hijos? No lo descartemos, para eso existen los llamados "algoritmos voraces", que eligen la mejor opción en cada paso para alcanzar la solución global a un problema. Según su propia definición, se utilizan sobre todo para "optimizar". Muy tranquilizador.

En este atormentado enjambre, una neblinosa mañana de angustia probé a preguntar a Google por "el sentido de la vida". El enteradillo global intentó ganar tiempo sugiriéndome "el sentido de la vida online". Siguiendo sus indicaciones, me desplacé hasta YouTube con el señuelo de una película homónima de los Monty Python. Topé sin embargo con varios tutoriales donde reflexiones edulcoradas con gaseosa venían precedidas de anuncios sin gracia.

Cuando las realidades desagradables se camuflan bajo vocablos vacíos, blandos o tramposos es preciso destilar otros en el palambique. Desnudarlos de adherencias hasta  llegar al ‘conceto’, que diría  el gran filósofo popular Manquiña. De modo que en este ficcionario inventaremos palabras  y explicaremos otras. Gratis. Ni Google da tanto. 

No hay comentarios: